Participando de la alegría que llena la espiritualidad de San Francisco, el Administrador Apostólico, Mons. Jesús García Burillo, junto con varios sacerdotes, ha compartido con la comunidad franciscana de El Zarzoso la celebración eucarística a las seis de esta tarde.
La homilía se ha centrado en la personalidad de Francisco, el nombre con el que se ha querido identificar el propio Papa, cuando escuchó del Cardenal que tenía a su lado en el cónclave: “acuérdate de los pobres”.
La pobreza, en efecto, fue una de las claves de la espiritualidad franciscana: “siendo rico, se hizo pobre”, dice San Pablo de Jesús de Nazaret. Francisco, un joven de familia adinerada, dedicada al comercio de telas, dejó todo y vendió una parte para restaurar la Iglesia de San Damián. “Ve, Francisco, repara mi Iglesia; ya lo ves, está hecha una ruina”, escuchó el joven. Y Francisco se entregó a reparar no sólo aquel templo, sino la Iglesia entera, dotándola de las características evangélicas de pobreza, imitación de Cristo y vida fraterna, de las que estaba tan carente en aquellos siglos XII y XIII.
La imitación de Cristo en la sencillez y en el sufrimiento es otra característica del franciscanismo. La miseria de tantas gentes fue una observación que llevó a Francisco a la semejanza de Cristo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo”, afirmaba San Pablo. Pero el Cristo de la Cruz de San Damián no era un Cristo muerto, sino un Cristo vivo, lleno de gozo por su pertenencia a Dios y por su fraternidad con los hombres.
Un buen número de hermanos se unió a Francisco para vivir una vida de austeridad, de sencillez, como la vida de las gentes que les rodeaban. La vida de aquel grupo era el triunfo del amor, de la vida compartida. Una vida para amar, para poner en común. De aquel primer grupo nacieron múltiples familias eclesiales, entre las cuales, la primera fue “las clarisas”, nombre que tomaron de Clara, la primera mujer que se adhirió al movimiento franciscano. La vida es bella si se fundamenta en la fraternidad, en el amor y en el gozo de caminar juntos.
Es el lema que el Papa propone a la Iglesia para el nuevo milenio: sinodalidad. En todo, en su espíritu y en sus estructuras. El grupo de hermanos de Francisco iniciaron el modo de vivir evangélico: en común, participativamente.
Las hermanas de El Zarzoso renovaron su espiritualidad en la misma fuente, la eucaristía, con cantos, con gozo fraterno, semejante al de sus orígenes.