Mi saludo agradecido a todos vosotros, queridos hermanos presbíteros. Muchas gracias por vuestra presencia en este tradicional encuentro de Navidad. En esta Eucaristía celebramos también el final de mi ministerio episcopal en Ciudad Rodrigo, aunque debo continuar como Administrador Apostólico hasta el día 8 de enero, en que Mons. Retana Gozalo tomará posesión de la Diócesis Civitatense. Hoy celebramos la fiesta de los Santos Inocentes.
Permitidme antes de nada un breve recuerdo. El día 14 de enero de 2018 me llamó el Nuncio de S. Santidad para informarme de que el Papa había pensado en mí para sustituir a Mons. Gil Hellín, como Administrador Apostólico, sede vacante. Como ya he referido en otras ocasiones, le respondí que aceptaba con gusto y le pedí que diera gracias al Papa por haberme confiado esta encomienda. Y el día 16 se hizo pública la aceptación de la renuncia de Don Raúl junto con mi nombramiento.
Momentos antes, tuvimos un encuentro con el Colegio de consultores, que me informó sobre el momento pastoral de la Diócesis. Después, el 20 de enero tuve el gozo de presentarme a los fieles en la fiesta de San Sebastián. Así comenzó mi ministerio entre vosotros, cuya duración desconocía. “Unos seis, ocho meses… no se sabe”, me había informado el Nuncio Apostólico, quien me ratificó por escrito que, en sede vacante, tenía todas las facultades propias del Obispo titular. Ahora quiero dar gracias a Dios, y os invito a todos a acompañarme, por todo lo vivido en este tiempo.
En aquel momento vine a vosotros como servidor de la misión que el Papa me encomendaba. Ha sido mi disposición ante los encargos pastorales que he recibido desde mi ordenación sacerdotal, hace 50 años. Tenía la esperanza de ser aceptado como un hermano que deseaba caminar con vosotros, compartiendo el ministerio, como así ha sido. Pensaba en las contemplativas y en las religiosas con palabras de Pablo: Cristo Jesús no fue primero “sí” y luego “no”. En Él todo se ha convertido en un sí. Y en los laicos, a quienes deseaba animar a dar respuesta a las realidades actuales como cristianos comprometidos.
Hoy deseo compartir con vosotros algunos sentimientos que acuden a mí estos días.
El primero es de gratitud. Siento en el alma la necesidad de dar gracias a Dios porque me ha traído a esta Iglesia particular para compartir con vosotros la experiencia de ser Iglesia. Las gracias son dones que el Señor distribuye sin mérito alguno por nuestra parte. Así lo experimento. Y quiero daros gracias a vosotros por vuestro testimonio al servicio de la Diócesis y por vuestra leal colaboración.
Otro sentimiento es pediros perdón por mis deficiencias. Como ya hiciera en Ávila, me someto al juicio de Dios sobre mi responsabilidad en la guía de la Diócesis. El Papa Francisco en su reciente carta, hablaba de una tarea “nada fácil”. Os aseguro que me he sentido siempre como “siervo inútil” y ruego que perdonéis cuanto haya podido dañaros o impediros crecer en vuestro ministerio sacerdotal.
Otro sentimiento que me invade lo confiesa Pablo a la comunidad de Filipo: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3, 12). A mí también me gustaría poder resumir mi ministerio como un tiempo en el que he sido y hemos sido alcanzados por Cristo. Nada más grande ni más gratuito para mí.
Por lo demás, «ahora sigo corriendo hacia la meta» -confiesa Pablo-. Desconozco el tiempo que me queda por recorrer, pero es cierto que el camino sigue y no acabará hasta alcanzar la meta. El anuncio que me hace el Papa (no hay dos sin tres), sinceramente lo he tomado como un gesto amable. Mi futuro, mi presente y mi pasado, está en las manos de Dios y deseo hacerlo sinodalmente, en la etapa final de mi vida. Cuando llegue a Ávila, me pondré a disposición del Obispo.
Ahora, os ofrezco lo que la Palabra me sugiere en estos momentos, que nos abre horizontes de gozo y esperanza:
En primer lugar, Dios es luz, y en él no hay tinieblas. Frente a la maldad de Herodes, que se atreve a dar muerte a los niños menores de dos años, con el único objetivo de eliminar toda amenaza que le impida mantenerse en el poder, aparece, en el martirio de los niños, la Luz de Cristo que eclipsa toda tiniebla. Vivir en la luz es vivir en comunión con Cristo y con la comunidad también en tiempos difíciles. Andamos en un proceso de cambio de método para pastorear a tantas pequeñas comunidades, impuesto por la realidad sociológica. Si caminamos en la luz estaremos en comunión y tendremos la respuesta a este y a tantos problemas que nos afectan.
La nueva situación en la que compartiréis el mismo Obispo para las diócesis de Ciudad Rodrigo y Salamanca es otra novedad que hemos de afrontar desde la luz de Cristo. Comentaba en mi homilía del pasado día 18 que el Papa Francisco ha nombrado en los últimos tres años doce obispos que rigen dos y hasta cuatro diócesis conjuntamente. Recientemente ha sucedido también en el norte de España. Queridos sacerdotes, ni nos faltará el Pastor ni nos faltará la Iglesia en la que estemos incardinados de la forma que se disponga. No nos distraigamos en asuntos que nos afectan, ciertamente, pero que son de importancia relativa. Caminemos a la luz de Cristo. Superemos lo accidental, entreguémonos a lo sustancial.
En segundo lugar: Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto. Recientemente Don José Luis Retana nos explicaba el lema de su escudo episcopal: Fiat et fecit. Fiat corresponde a María, que dispone toda su existencia al servicio del plan de Dios. Su acción es una disposición interna. A José le corresponde la segunda parte: Fecit. José lo pone en práctica. No duda, obedece. Ha escuchado la palabra del Ángel y la pone por obra. El gran proyecto que el Papa nos propone ahora consistente en poner en marcha una Iglesia sinodal. Nuestra respuesta ha de ser: fecit, lo hizo.
El objetivo de “caminar juntos” se asemeja a uno de los grandes símbolos del Adviento: el segundo éxodo. Como una inmensa procesión, los desterrados vuelven del destierro. Dios ha dispuesto para ellos un camino restaurado. Él nivelará el camino a través de los desiertos de Arabia por medio de una lluvia primaveral que convertirá el desierto en frondoso palmeral y en bosque oloroso que dará sombra y cobijará a los peregrinos. Dios mismo los guiará, colmará sus rostros de alegría a la luz de su gloria.
Queridos sacerdotes, pongámonos en marcha. No demos lugar a que la pereza se instale en nosotros, ante la duda de lo que conviene hacer. Pongámonos a las manos. Colaborad con vuestro obispo. Trabajemos con él. Muchos de vosotros le conocéis y sabéis que no se queda atrás. Por eso toma como modelo a San José.
Y finalmente, pensando también en el futuro, os brindo tres palabras de Teresa de Jesús que el Papa Francisco me ofreció en uno de sus mensajes con ocasión del V Centenario de la muerte de la Santa: «Andar alegres sirviendo» (C 18, 5).
Andar unidos en Cristo y, con Él, unidos a los seres humanos. Alegres, superando la apatía y el pesimismo con que podemos contemplar la realidad de nuestra sociedad. Sirviendo, en actitud humilde que desplaza la soberbia. Humildad es la característica que el Papa ha pedido a la curia y a la Iglesia en estos momentos. Siguiendo a Jesucristo, que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida por los demás.
Queridos sacerdotes, que María, madre de los pobres y los humildes, nos consuele y acompañe en nuestro camino hasta la venida gloriosa de su Hijo. Así sea.