SAN SEBASTIÁN, MÁRTIR
Lectura del libro de la Sabiduría 3, 1-9
Salmo responsorial Sal 30, 3cd-4.6 ab.7b.8ª.17 y 21 ab.
- A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 32-36
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 28-33
Queridos diocesanos:
Hace pocos días que he iniciado con gozo mi ministerio en esta querida Diócesis de Ciudad Rodrigo, a la que la Iglesia me ha enviado. Saludo con afecto y cordialmente al Vicario General, al Colegio de Consultores, al Sr. Deán y Cabildo Catedral, a los sacerdotes que ahora están celebrando sus misas repartidos por toda la diócesis; y a los seminaristas; a las religiosas y a las comunidades contemplativas; a los Mayordomos y hermanos de la Cofradía de S. Sebastián; al Ilmo. Sr. Alcalde y a la corporación municipal, a las Autoridades civiles y militares; a todos los que os habéis reunido en esta Catedral, Iglesia madre, para celebrar la fiesta de S. Sebastián, Patrono de nuestra Ciudad. Mi saludo también a las familias y sobre todo a las que se encuentran en dificultades de cualquier tipo, a los ancianos, enfermos y a los más necesitados, de manera especial a los jóvenes y a los niños, que son nuestro futuro. ¡Muchas felicidades a todos en nuestra fiesta patronal!
Cuando el pueblo fiel de Dios se pone bajo la protección de un santo y lo adopta como patrón de su Ciudad, sin duda alguna es porque encuentra en él un modelo al que desea imitar en su forma de vivir la fe y en el seguimiento de Cristo.
Hoy la Iglesia nos invita a reavivar la memoria de San Sebastián, y no de un modo rutinario ni simplemente llevados por la inercia de la tradición, sino desde el corazón y con una mirada creyente con la que nos identificamos como fieles cristianos y como mirobrigenses. También yo, que he sido llamado a pastorear esta Iglesia diocesana de Ciudad Rodrigo, elevo una alabanza en acción de gracias al Señor por este don y busco en nuestro querido patrón San Sebastián los rasgos que me ayuden a ser para vosotros un padre bueno, un sacerdote fiel y un pastor que conozca y ame a su grey.
Al contemplar la historia de San Sebastián fijamos nuestra mirada en primer lugar en su disponibilidad para con Dios. La tradición nos cuenta que era un militar; y no uno cualquiera, sino uno de alto rango. Es valorado y promocionado por los suyos, pero en su corazón lo que de verdad ha adquirido valía ha sido su fe. Sebastián ayuda a sus hermanos cristianos, atiende a los pobres y menesterosos y no escatima recursos ni esfuerzos a la hora de auxiliar a los que comparten su fe. Está ciertamente disponible y no se guarda celosamente lo suyo, pues bien sabe que todo es don de la Providencia. Esta disponibilidad generosa de nuestro Santo Patrón se convierte hoy en escuela para todos nosotros. Es su forma de seguir a Cristo, y al celebrarlo en esta fiesta, adquirimos el compromiso de hacerla también nuestra seña de identidad: estar disponibles para lo que Dios disponga para cada uno de nosotros.
San Ambrosio dice de San Sebastián que durante las persecuciones que sufrieron los cristianos en tiempos de Diocleciano y Máximo, Sebastián se mantuvo firme en su fe, y eso se manifestó en él de forma pública. Estaba mandado que todos los habitantes del imperio ofreciesen sacrificios y dieran culto a las divinidades que imponía el imperio; Sebastián se negó a hacerlo y no temió manifestar públicamente su fe exclusiva en el Señor Jesús: “Mantén mi corazón entero en el temor de tu Nombre”, recitaría el santo rezando el salmo ochenta y cinco: “el corazón entero”, indiviso, sólo para Ti. Un corazón, el de San Sebastián, que hoy habla a nuestro corazón, sin fisuras, amparado en el amor de Dios y convencido de que nada vale más la pena que dejarse amar por el Señor y vivir amando como Él nos amó. Y así debemos cultivar los cristianos de este siglo las relaciones, los gestos, los intereses, desde un corazón limpio y puro que no albergue dobles intenciones, sino que sepa latir al compás del corazón del hermano con humildad y generosidad por amor a Cristo.
San Sebastián llevó hasta las últimas consecuencias su amor a Cristo. Podemos decir sin que suene frívolo que el pobre Sebastián murió dos veces. Aunque lo que en realidad sucedió es que, por su martirio —primero asaeteado y finalmente azotado hasta morir— Sebastián alcanzó Vida Eterna. Pensemos un momento en este tercer rasgo del testimonio de nuestro Patrón. Un hombre bien posicionado, socialmente aceptado y económicamente holgado, incluso acomodado. Podríamos decir que vive una vida envidiable para los parámetros de su tiempo. Seguramente muchos habrían querido cambiarse por él. Tiene autoridad, reconocimiento, riquezas… y sin embargo todo eso pasa a un plano muy secundario porque para él la vida es otra cosa. Después de descubrir a Cristo, los criterios con los que se vive cambian.
Hoy vivimos en un paradigma social, económico y cultural en el que lo que prima es lo inmediato y lo caduco. Se invierte tiempo y esfuerzo en promocionar la imagen, ya sea a través de las redes sociales, ya sea a través del cuidado del propio aspecto u otras dinámicas más sutiles. Nuestro tiempo es el tiempo de lo que el Papa Francisco ha llamado “cultura del descarte”, donde lo que no tiene utilidad es desechado. De ese modo, lo que la sociedad actual no acepta dentro de los nuevos cánones de belleza o de utilidad, es descartado. Sin embargo, la fe nos catapulta a otro modo de estar en el mundo: el del compromiso firme con la vida siempre y en todas sus formas.
Al inicio de mi ministerio pastoral entre vosotros, inspirado por el martirio de San Sebastián, quiero manifestar mi compromiso firme por el valor de lo eterno desvelado en el misterio de nuestra fe. En otras palabras, vivir la fe es vivir en el convencimiento de que lo efímero de nuestro mundo no es lo que marca el camino de la plenitud; lo caduco, que da alegrías y satisfacciones temporales, no colma el corazón del hombre, que está hecho para deseos más grandes. Como San Sebastián lo entendió y aceptó el designio de Dios sobre su vida, así quiero vivir este tiempo entre vosotros, proclamando a Cristo resucitado, fundamento de nuestra esperanza; defendiendo la vida de nuestros niños, de nuestros mayores y nuestros enfermos, porque para el Señor son los predilectos; acompañando a cada uno en su circunstancia concreta ayudado por mis primeros colaboradores, los sacerdotes de esta Iglesia diocesana; y orando confiadamente a Dios, que por la intercesión de los santos y de santa María, Reina de los mártires, nos ayuda a progresar en la santidad.
Queridos hijos, me encomiendo también a vuestras oraciones. Pedid la intercesión de nuestro patrón, San Sebastián, para que nuestra Iglesia viva en la alegría de la fe, la firmeza de la esperanza y diligente en la caridad. Y que, al celebrar los misterios de la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, se anticipe en todos nosotros el gozo que un día viviremos en Su Reino.
Amén.