Regresa cada verano a Ciudad Rodrigo, a sus orígenes, donde aprovecha los días compartiendo tiempo con dos de sus hermanas. La vida de Andrea Alfajeme, misionera Dominica del Rosario, ha cambiado mucho desde que hace dos años retornara a España tras pasar otros 50 entre Chile y Perú, pero sobre todo, en Bolivia.
“La vida que llevo ahora es distinta pero estar con mis hermanas se ha convertido en una especie de misión”. Se refiere a las hermanas asistidas, 33, que forman parte del grupo de 63, entre las que se incluye ella misma, que viven en la residencia que su congregación tiene en Pamplona.
“Las que estamos un poco más hábiles, como yo, y ya tengo 85 años, compartimos juegos o hacemos compañía a esas otras hermanas que ya no pueden salir, que hay que levantarlas, que no ven y otras tantas cosas”, explica, “esa es nuestra misión en España, estar con ellas, y es una misión bien especial”.
La palabra dureza aparece en la conversación con Andrea y aunque las cosas diferentes no son comparables, pone en perspectiva la dureza que vive actualmente, la de la vejez, y la que ha vivido durante tantos años en países de misión.
“Decimos que hay mucha historia encerrada aquí, habría que escribirlo, es la riqueza de una historia de entrega, de toda una vida, y ahora llegamos al límite, a no poder, y esa dureza es peor porque a las que tienen la mente buena las está costando muchísimo y nosotras decimos; cualquier día también estoy yo así”.
La alegría se refleja en el rostro de Andrea que, entre sus planes siempre que no apriete el calor, está el de acudir a la zona del río Águeda o poco a poco, “por etapas”, como hizo esta misma semana, acudir a misa a la Catedral aunque es habitual verla en El Salvador.