En sus tiempos como estudiante ya había escuchado hablar de la figura del diácono permanente, pero como el mismo D. Daniel Mielgo reconoce, “no había referentes y de hecho, tampoco en la actualidad hay muchos”.
El próximo domingo, 12 de mayo, en la Catedral de Santa María y de manos del Obispo, Mons. José Luis Retana, Daniel será ordenado como diácono permanente, el fin de un camino que comenzó hace seis años.
“Después de estar casados, de tener hijas, de vivir la fe de una forma más intensa y con una implicación mayor, quisimos dar el paso, y digo quisimos porque al final es una decisión del matrimonio porque no es una vocación en la que uno solo decide, al final pesa y tiene que pesar, porque es más importante el sacramento del matrimonio ya que es primero, y es algo que tienes que compartir con tu esposa”, recuerda Daniel. Esa conversación se produjo allá por el año 2018 y a partir de ahí, la pareja dio el paso “y decidimos que yo me comprometiera a formarme y prepararme en este camino para ser diácono”.
La formación a nivel teológico son tres cursos, que en el caso de Daniel se convirtieron en cuatro. También se ha preparado en cuestiones como la oratoria, la sinodalidad y ha habido una parte de discernimiento y otra de pastoral. “D. Jesús nos envió a toda la familia a San Andrés, donde fuimos tutorizados por un párroco, es muy importante que siempre haya un párroco detrás, que haya alguien responsable de la formación, como en este caso don Anselmo, Rector del Seminario”. Daniel se ha formado con los dominicos de forma online y “luego siempre tienes un padre espiritual que vela por tu espiritualidad, con esas tres personas, en ese entorno de estos 6-7 años, al final es el obispo el que ve si es viable esta vocación, si es realmente una llamada de Dios, en un discernimiento conjunto vemos que sí y se da el paso de ser admitido”. Previamente, hace un año, y como sucede en todas las órdenes, fue instituido como lector y acólito.
Una decisión familiar
Doña Teresa Anciones, la otra parte de este matrimonio, sugiere que todos los pasos que se han ido dando han sucedido “de manera natural y familiar” y poco a poco, cada vez se fueron implicando más.
Daniel, por su parte, reconoce que “queda mucho por explicar sobre el diaconado, la gente está muy desinformada”, aunque aprecia que toda la labor que ha desarrollado en diversos pueblos con las celebraciones en ausencia de presbítero, “nos ha fortalecido a nivel de vocación, cuando ves esta tarea de servicio tan necesaria en las comunidades, sobre todo rurales, dices: me siento llamado a echar una mano”. Deja claro que la de diácono “es una vocación independiente y diferente a la de los presbíteros” y sobre lo que puede y no puede hacer, en esa comparativa, enumera que un diácono “preside sacramentales, da la bendición y puede presidir un bautismo, una boda y las exequias, pero todo lo que es representación de Cristo cabeza es más propio del presbítero, como es la consagración, el sacramento de la reconciliación o la unción de enfermos”.
La palabra diácono viene del griego y significa servidor, “es el que hace presente a Cristo servidor en el mundo y en la Iglesia lo que se pretende es que sean los motores del recordatorio de que todos estamos llamados a ser servidores como lo fue Cristo por lo tanto tiene que hacer tareas muy propias de servicio, como lo hizo Jesús con sus discípulos lavándoles los pies. El diácono no está para liderar, esa es más tarea del párroco, sino para hacer esas tareas que a lo mejor el párroco no llega, acoger grupos de oración, a alejados, la pastoral familiar y sobre todo, estar muy pendientes de los pobres, que no siempre tienen que ser pobres materiales».
En la imagen, D. Daniel y Dña. Teresa, en días pasados en el patio del Obispado.