El verano ha traído de nuevo a Ana Alcalá Robles, misionera Dominica del Rosario, a su Fuenteguinaldo natal donde vuelve a encontrarse con familiares y vecinos. “Siempre he venido”, comenta, “hago mi vida, pasan los días y vuelvo contenta”. Desde hace poco más de un año el regreso la lleva a Pamplona donde su congregación cuenta con una casa para las hermanas que van retornando de la misión.
El recorrido por la vida de Ana comienza con su trabajo en la parroquia de Fuenteguinaldo, donde “trabajaba muchísimo” como catequista. “En un momento dado sentí mi vocación, mi deseo de dar a conocer a Jesús, quería ser misionera”. Aunque el párroco de la época, D. Juan Manuel, le dio un libro para informarse, “no encontraba la congregación y al final lo conseguí a través de una chica de Ciudad Rodrigo”.
A partir de ahí, todo vino rodado, “escribí y ya me empezaron las hermanas a decir lo que tenía que hacer hasta que en 1954 me fui al noviciado a Pamplona, allí me formé”. Su siguiente parada la llevó a Bélgica en 1957, donde continuó con la formación, y recuerda que allí se encontraba cuando falleció el Papa Pío XII, de hecho, “fuimos otra hermana y yo a la televisión por este motivo”.
Posteriormente, se abrió la puerta del Congo, donde recaló en agosto de 1959 y donde ha permanecido una gran parte de su vida, es más, “allí está mi corazón”, apunta.
Los primeros años los dedicó a trabajar en la enseñanza, la catequesis y la pastoral pero en el año 1964 se desató la guerra y “allí la pasamos”.
Todavía se emociona cuando cuenta el relato de la vivencia ,»estuvimos en la cárcel y no nos mataron de milagro”, otras hermanas suyas corrieron peor suerte. Como pudieron, sin apenas comida y bebida las fueron trasladando, en total 27 Dominicas del Rosario, hasta que un 30 de diciembre consiguieron liberarlas, con tiroteo incluido.
Vuelve a emocionarse cuando recuerda el momento, “no sentí miedo, mucha valentía”, apunta. Cuando se produce esa liberación regresa a Madrid, pero las idas y venidas al Congo ya siempre fueron constantes, aunque en su recorrido misionero también aparecen Camerún o Francia. En 1969, por ejemplo, regresa de nuevo al Congo “al lugar donde dejamos las casas”, pero con todo el retraso que había producido la situación. En ese camino también tuvo tiempo de cuidar a sus padres y finalmente, en 2012 volvió a Madrid donde ha permanecido hasta marzo de 2023, acompañando a las hermanas enfermas.
En la actualidad, en la casa de Pamplona donde también comparte horas con otra misionera de Ciudad Rodrigo, Andrea Alfajeme, su tarea se centra en “estar con las hermanas enfermas, que son la mitad, vamos a jugar con ellas, a hablar y pasearlas”.
Camino de los 90 años que cumplirá a finales de año, hace balance de todo lo vivido: “Doy gracias a Dios, en primer lugar, por la llamada y en segundo lugar, porque he podido, verdaderamente, trabajar en lo que he deseado. Mi corazón está allí y sigo ayudando todo lo que puedo, tengo mucha comunicación con la gente”, concluye, sin dejar de reconocer que en Pamplona “estoy muy contenta, es ideal para nosotras”.
Imagen: Ana, a la puerta de la vivienda familiar de Fuenteguinaldo