A los sacerdotes de la Diócesis de Ciudad Rodrigo.
Queridos hermanos:
Os escribo estas líneas al final del día de la Iglesia diocesana. Cada uno lo hemos celebrado en nuestro ministerio dominical, pero con un sentimiento y una intención muy especial: unidos a la vida, al ser y al quehacer de toda nuestra Iglesia en Ciudad Rodrigo. ¡Qué gozo vivir entregados a la misión que el Señor ha puesto en nuestras manos en esta Iglesia particular! Es sencilla, pobre, con cierta inquietud por el futuro, pero llena de vida, como las vírgenes prudentes, que sostenían sus lámparas encendidas en espera del Esposo.
Yo os felicito en este día a todos y os agradezco con toda el alma, en nombre de la Diócesis y del mío propio, el servicio humilde, callado, pero lleno de significado y de vida que estáis llevando: la misma vida divina que se expande por vuestra palabra, la administración de los sacramentos y el testimonio de vida. Así es como nos situamos a la espera prudente de la venida del Señor, así es como ejercemos la sabiduría con la que estamos enriquecidos, así es como esperamos que el Señor nos admita al Banquete de bodas, del modo que ya ha admitido a los Santos que hemos celebrado los días pasados.
La Conferencia Episcopal ha querido que este año acentuemos algunos aspectos, que habremos de mantener durante todo el curso. Partiendo de que la Iglesia es una familia con todas las personas que la formamos, cada uno de sus miembros está invitado a recibir y aportar, sobre todo a las familias:
Tiempo: dedicar parte de nuestro tiempo a las familias a las que acompañamos, a nuestra parroquia, a los vecinos…
Talentos: contribuir con nuestras cualidades a la comunidad: una sonrisa, una mano, un silencio de comprensión con los que sufren, un trabajo correspondiente a nuestra profesión.
Dinero: que ayudará a las parroquias a mejorar sus recursos, a formar a niños y adultos, a organizar “líos” con grupos, ayudar a los necesitados…
¡Oración!, que es el alma de todas nuestras actividades.
Yo os animo, queridos hermanos, a que sigáis practicando estas tareas que son tan propias y necesarias para nuestra Iglesia diocesana.
Y una última cosa. La mayor parte de vosotros me parece que vive su ministerio en estos momentos con toda entrega, normalidad y paz. Pero he notado que alguno se inquieta por nuestro futuro. He repetido en público y en privado que hace apenas tres semanas me fue indicado por quien tiene autoridad: “Tenga usted paciencia, hay ahora asuntos urgentes que gestionar; por otra parte, veo que usted está bien”. Eso me lleva a pensar que el cambio no es inminente. Os aseguro que yo vivo y actúo con mucha paz, como si acabara de llegar a la Diócesis. Todos mis afanes los pongo en las manos de Dios. Os invito a todos a hacer lo mismo.
Con un gran abrazo para cada uno de vosotros y para vuestras comunidades,
+Jesús, Obispo Administrador Apostólico