A las personas de Vida Consagrada, contemplativas y de vida activa de nuestra Diócesis
En esta fiesta de la Presentación del Señor me dirijo a vosotras, queridas hermanas, para felicitaros y agradeceros el don de la vocación que habéis recibido al servicio de nuestra Iglesia de Ciudad Rodrigo. Doy gracias al Señor porque os ha dado esta vocación y a vosotras mismas porque la habéis puesto al servicio de nuestra Iglesia particular.
San Pablo nos recordaba el domingo pasado su elogio a la vida consagrada al reconocer que la persona “célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor… de ser santa en cuerpo y alma” (1Co 7, 32-34). Por esta santidad la Iglesia da gracias a Dios y a vosotros mismas, que ofrecéis esta riqueza sin medida al servicio de los fieles.
Vosotras vivís, en el corazón de la Iglesia, el sufrimiento de la sociedad por la epidemia que nos envuelve. Un sufrimiento, con frecuencia oculto por los MCS, que afecta a millares de fallecidos en soledad, de enfermos luchando por superarla, de familias que no pueden llevar el consuelo a sus enfermos, de sanitarios que ofrecen sus vidas al servicio de la salud de los enfermos, y con ellos trabajadores, voluntarios, sacerdotes… Vuestra oración y vuestro trabajo pastoral alivian en lo posible esta situación y son signo de la salvación que el Señor nos trae.
Recordad que san Juan Pablo II instituyó esta Jornada para reconocer y agradecer la necesidad que la Iglesia tiene de la Vida Consagrada, para promover en la Iglesia el valor y la estima de vuestra consagración y para celebrar unidos las maravillas de Señor. Algo que este año no podemos realizar por las restricciones impuestas, pero no impiden ni nuestro afecto ni nuestra oración por vosotras.
Concretamente, este año el Papa Francisco nos ha ofrecido el lema “La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”. Quiere decir que la vida fraterna que lleváis en cada una de vuestras comunidades son una “parábola”, un modelo que la Iglesia ofrece al mundo herido. La síntesis de vida que nos presentan las primeras comunidades, “todo lo tenían en común”, “tenían un solo corazón y una sola alma” es vuestro modelo de vida, ofrecido a un mundo que se cierra en sí mismo. Vuestra vida, ejercida como la del Buen Samaritano ya sea por la oración o por las actividades concretas de servicio y ayuda, colabora activamente a la hora de pensar y gestar un mundo abierto a las necesidades concretas de los demás, al cuidado de los más débiles. Todas las congregaciones religiosas de nuestra Diócesis sois parábola para nuestra sociedad herida, angustiada y a veces desesperanzada.
Por eso hoy la Iglesia particular de Ciudad Rodrigo os felicita y agradece al Señor y a vosotras vuestra Vida en seguimiento de Cristo y al servicio y beneficio de nuestras comunidades cristianas y de toda la sociedad. Y ruega por vosotras para que os sintáis siempre fuertes en el seguimiento de la vocación a la que habéis sido llamadas.
Con la mirada puesta en María nuestra Madre, modelo de santidad y de entrega, os saluda muy cordialmente y os bendice, vuestro en el Señor,
+ Jesús García Burillo, Obispo
Administrador Apostólico