El pasado viernes 16 de octubre se celebraba el Día Mundial de la Alimentación. Además, el pasado 9 de octubre, el Comité del Premio Nobel de la Paz anunció al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas como el ganador del galardón para el 2020.
“El Comité ha decidido otorgar el Premio Nobel de la Paz del 2020 al Programa Mundial de Alimentos por sus esfuerzos para combatir el hambre, por su contribución para mejorar las condiciones para la paz en áreas afectadas por conflictos y por actuar como fuerza impulsora para prevenir el uso del hambre como una herramienta para la guerra y el conflicto”, dijo Berit Reiss-Andersen, presidenta del Comité Noruego durante su tradicional anuncio desde Oslo.
Sobre este asunto, ha escrito en los últimos días, D. Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante tres organismos como son la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), PMA (Programa Mundial de Alimentos) y FIDA (Fondo Internacinal de Desarrollo Agrícola). Por lo tanto, de un modo indirecto, este galardón también le afecta en tanto en cuanto es Observador en el Programa Mundial de Alimentos.
Chica Arellano, que desarrolló dos conferencias en Ciudad Rodrigo hace poco más de un año para sacerdotes y para el público en general, se refiere al galardón como «un justo reconocimiento».
En un reciente artículo publicado en Iglesa Navarra con motivo del Día Mundial de la Alimentación, recoge lo siguiente: «Nuestro mundo es paradójico. Mientras a millones de personas les falta el pan de cada día, unos pocos nadan en la abundancia, despilfarrando alimentos o no valorándolos debidamente. Vivimos entre lacerantes incongruencias. Unos disfrutan de incalculables adelantos de la medicina, la cultura, la industria y las infraestructuras. En la otra orilla, copiosas muchedumbres de personas se arrastran a duras penas, llevando una existencia lacrada por sangrantes fatigas y penurias, exacerbadas en estos meses por la emergencia sanitaria derivada de la rápida e inexorable propagación del Covid-19, que está fustigando al mundo entero. En esta coyuntura, marcada por retos, tensiones y desigualdades, reconforta escuchar a Pablo VI, cuando recordaba la necesidad de «un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados de un auténtico progreso social y moral se vuelven en definitiva contra el hombre» (Discurso con ocasión del 25º aniversario de la FAO, 16 de noviembre de 1970). Las proféticas palabras del santo Pontífice nos invitan a no bajar la guardia y seguir esforzándonos para salir al encuentro de quienes se desesperan por no tener los recursos suficientes para hacer frente a sus problemas con dignidad y confianza».