La devoción a Nuestra Señora del Carmen es una de las más arraigadas y extendidas por todo el orbe católico. Su protección en nuestro caminar y en el navegar de los marineros mirando a la Estrella de la mañana, así como su belleza, su humildad y su compañía a la hora de nuestra muerte, han producido una atracción y una admiración por esta Aurora de la mañana.
El Obispo Administrador Apostólico, Mons. Jesús García Burillo, ha presidido la santa Misa en la capilla de las Carmelita en esta Fiesta de la Virgen del Carmen. El templo se encontraba lleno, guardando la distancia y la protección debida. Mons. García Burillo ha recordado los orígenes de esta fiesta. En primer lugar, el monte del Carmelo, en cuya hermosa y frondosa cima el profeta Elías mandó a su siervo que vigilase sobre el mar en espera del fin de la larga sequía. Cuando, en efecto, una pequeña nube llegó a ocupar todo el cielo para derramar una copiosísima y refrescante agua. En ese mismo lugar, unos ermitaños en el siglo XII adoptaron a María como la única Dueña y Señora. En adelante no tendrían otros amos ni otros capitanes. Fueron los primeros modelos de contemplativos para todos los carmelitas. El peto que colocaron sobre sus hombros (escápula) fue el comienzo de lo que sería el largo escapulario del Carmelo, que la Virgen entregó a san Simón de Stock, superior general de los carmelitas, asegurándole la protección de María a la hora de la muerte. Grandes carmelitas, como Teresa de Jesús, han tenido a la Virgen del Carmen como Madre y protectora.
El Obispo ha terminado felicitando a todos e invitando a las Carmelitas y a todos a ser “esclavos” de María, que no tienen otro dueño que a su Dios ni otra Señora que a la Virgen María.
La celebración, en la que han participado 11 sacerdotes, ha terminado con la imposición de escapularios.