No son pocas las localidades que en un día como hoy, festejan de manera especial a Cristo. Este es el caso del municipio de Barruecopardo donde celebran el Santísimo Cristo de las Mercedes y, en este ocasión, acompañados del Obispo de la Diócesis, Mons. José Luis Retana, que ha presidido la Eucaristía en la que ha concelebrado el párroco, D. Jean Claude Bizimungu.
En primer lugar, don José Luis ha dado la «enhorabuena» a los vecinos por «vuestra fe en Cristo y por la devoción que tributáis a su venerada imagen. Os felicito por vuestro amor y adoración al Santísimo Cristo de las Mercedes, expresado en tantos actos litúrgicos y de piedad religiosa».
A los numerosos fieles que se han dado cita en esta iglesia de Barruecopardo les ha animado a que no pongan su confianza «en otros diosecillos, que no salvan; no pongáis el corazón donde no hay verdadera felicidad; y donde no se encuentra el sentido de la vida. No busquéis calmar vuestra sed en charcos estancados que no sacian».
Ha dado por hecho, además, que todo cristiano de Barruecopardo «ha tenido experiencia de que su Patrón, el Santísimo Cristo de las Mercedes, le ha curado de diversas heridas, sobre todo de la herida del pecado. Espero que todos hayamos tenido la experiencia de haber sido sanados por él, de haber sido curados de nuestras heridas; éstas son muchas como los egoísmos, los rencores, el pecado que nos aparta de Dios y de los demás».
Este Cristo es «salud de alma y cuerpo» y de manera detallada se ha detenido en la Cruz por la que «Dios nos ha dicho su palabra definitiva e irrevocable de amor. ‘Me amó y se entregó por mí'».
«Para el cristiano la cruz es el signo de salvación por excelencia», además de «sabiduría y clave de interpretación de toda la vida».
El prelado ha concluido su homilía con la invitación que hace Jesús «a seguirle abrazándose cada uno a su cruz cotidiana» pues «todos tenemos heridas. Todos somos pequeños y frágiles. La cruz de Cristo tiene relación directa con todas las cruces de la humanidad y las da sentido. La cruz es algo cotidiano, una realidad presente, como la vida misma. Cada día tiene su propia cruz. No hay que buscarla. Jesús nos enseña a abrazarla y hacerla nuestra, a identificarnos con ella y no maldecirla».