En la solemnidad de la Epifanía del Señor, saludo cordialmente a los canónigos del Cabildo, a cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas. Basados en la tradición de los regalos que los Magos trajeron a Jesús, la noche pasada sido feliz para vuestros hijos o nietos y quizás también para vosotros, adultos. Ahora recordamos la historia de esta tradición comenzando por Isaías.
“Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos. Levántate; brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti”.
¿A qué se refiere el anuncio de una luz en medio de la oscuridad? Las palabras del Profeta nos muestran un ambiente social tenebroso y oscuro. Se refieren al destierro de Israel, aunque ya está próximo a su fin. Los desterrados están cerca del retorno a la patria. Y muchos, venidos de fuera, vendrán con camellos y dromedarios, cargados de regalos, a restaurar la ciudad de Jerusalén. Tesoros traídos en barcos devolverán la riqueza que la ciudad no debió perder. Vendrán gentes con oro e incienso procedentes de Sabá. Por eso, en medio de la oscuridad, el Señor está a punto de iluminar la vida los desterrados. Cuando esto suceda, la gloria del Señor alumbrará con resplandor la ciudad, y el sol y la luna serán testigos de un nuevo amanecer. Esta restauración no será fruto del esfuerzo humano, sino regalo del Señor, quien con fuerza y poder conducirá a su pueblo por veredas seguras hasta llegar a la Jerusalén reconstruida.
La situación de una sociedad entenebrecida, que espera días de luz, se repite con frecuencia en la historia. También el nacimiento de Cristo se vio envuelto en grandes deseos de paz y bienestar esperando la paz de Augusto. En la inscripción de Priene se afirma que el Emperador “ha dado al mundo… la salvación de los hombres, como salvador, a nosotros y a las generaciones futuras”. Augusto sería el salvador y portador de la paz.
También el relato de los Magos que acabamos de escuchar, está envuelto en deseos de salvación y de paz, manifestados en la salida incierta pero esperanzada de unos “científicos” de aquel tiempo. Pero algunos se preguntan si este relato se basa en una leyenda o tiene un fundamento histórico real. La profecía de Balaán anunciaba una bendición para Israel. Sus palabras prometen una salvación, que era esperada no sólo por Israel sino también por otras naciones: “Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob y surge un cetro de Israel”, dice la profecía probablemente de la época de David. (Nm 24,17).
Aunque la estrella que vislumbra Balaán se refiere a la misma persona del rey que había de llegar, sin embargo, la conexión entre estrella y realeza podría haber suscitado la idea de una estrella que anunciara la venida del rey. Esta profecía, hecha hacia el siglo X antes de Cristo, pudo haber motivado la reflexión de personas que se encontraban en actitud de búsqueda y veían la solución de las adversidades de entonces en el nacimiento de “un rey de los judíos”, portador de salvación.
En esta situación podrían haberse encontrado también los Magos. Estos eran sabios, probablemente astrólogos, con conocimientos filosóficos y religiosos, propios del ambiente en que vivían. Es un hecho comprobado que en los años 6-7 a.C. hubo una conjunción astral de los planetas Júpiter y Saturno, coincidente con el nacimiento de Jesús. Esta conjunción podría haber sido calculada por astrónomos babilonios, a los que orientó hacia Judá, donde aparecería un recién nacido “rey de los judíos”. El pasado 21 de diciembre se pudo ver la llamada “Estrella de Navidad”, la conjunción entre los planetas más grades de nuestro sistema solar, Júpiter y Saturno, probablemente la misma que acaeció en tiempos de Jesús. Aunque estos encuentros planetarios suceden cada 20 años, hacía ya 800 años que este fenómeno no ocurría de noche, según informó la NASA. En relación con la estrella de los Magos, también se afirma la existencia de una “supernova”, atestiguada por el astrónomo Kepler (siglo XVII), por tablas chinas y por otros testimonios más recientes.
Lo cierto es que, en aquellos tiempos, bullían en el ambiente expectativas según las cuales surgiría en Judá un dominador del mundo. Los Magos, por consiguiente, además de científicos, eran personas de inquietud interior, de esperanza en la verdadera salvación, hombres religiosos en búsqueda de la verdad y del verdadero Dios. Ellos representan el camino de las religiones hacia Cristo, que trasciende la ciencia para llegar a Dios. Los Magos son precursores de los buscadores de la verdad de todos los tiempos. ¿Tenemos nosotros esta inquietud por el futuro o sólo nos ocupamos del presente inmediato?
Cabe pensar que otros astrónomos contemplaron el mismo fenómeno astronómico, pero se quedaron en casa con la incertidumbre y sin hallar la respuesta de aquellos signos que les hubieran llevado a la verdad. Habrían sentido la necesidad, pero no hicieron nada por encontrar la respuesta. Los Magos en cambio, sintieron gran inquietud interior y respondieron a ella dejándolo todo y lanzándose al camino difícil que los llevaría hasta Belén. Probablemente pasaron penurias, dificultades, y se encontraron puertas cerradas como José y María, pero ellos siguieron fielmente el rastro que les ofrecía la estrella hasta llegar a la meta.
La dificultad más grave la encontraron en Herodes, que por una parte les descubrió el lugar del nacimiento del Mesías y por otra les amenazó con acudir él mismo a encontrarse con el rey de los judíos: “El rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él”-afirma el evangelio-. Herodes sintió temor ante la noticia de un pretendiente al trono. Y toda la ciudad temió la represión que el sanguinario rey podría ejercer en aquellas circunstancias. Lo que parecía una estrella de esperanza para la salvación del pueblo, se convertía ahora en turbación y temor.
Los Magos en la entrevista con Herodes supieron que la ciudad donde nacería el Mesías era Belén, una ciudad pequeña, pero grande por su destino, ya que daría cobijo al Rey David y a su descendiente el Mesías. Dios seguía actuando de acuerdo con sus principios: “El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
Durante la entrevista, la estrella se ocultó, pero volvió brillar y a señalarles el camino, después de escuchar la Escritura anunciando que el Mesías nacería en Belén. Aquella Palabra llenó de alegría los corazones de los Magos y, llegados a Belén, “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”. María les muestra ahora a Jesús, a quien venían buscando después de un largo y complicado camino. Como Jesús no solo era un niño, sino también el Mesías, el Hijo de Dios, en este momento tiene lugar la epifanía, la manifestación de Dios hecho hombre a los paganos, que no habían sido elegidos de antemano para conocer y recibir la salvación. Por eso, al encontrarse con el Niño que condicionaba sus vidas, ellos se postraron y le adoraron. Los Magos se vacían de sí mismos y se llenan de Dios, se vacían ofreciendo sus regalos: le ofrecen oro porque es rey, incienso porque es Hijo de Dios, y mirra porque es un hombre que habría de experimentar el sufrimiento y la pasión: los Magos ofrecen la mirra que anuncia aquella otra con la que habría de ser un día embalsamado.
El misterio de los Magos, la epifanía, se nos manifiesta hoy también a nosotros. En medio de la oscuridad de los tiempos en que ahora vivimos, tenemos la oportunidad de caminar valientemente, descubrir y postrarnos ante el único que nos puede salvar. ¿Seremos nosotros como los Magos, que salieron de sus casas al encuentro de la estrella o, por el contrario, como los astrólogos que permanecieron en sus casas tranquilos sin seguir la llamada interior, y se quedaron sin conocer el gran acontecimiento que señalaría una era nueva para la humanidad?
Después de haber descubierto al Mesías, sabemos que los regalos a los niños en este día tienen un significado trascendente. También sabemos que no estamos solos, que Dios está con nosotros, que estamos salvados y redimidos y que, a pesar de las apariencias, la historia del camino tiene un final feliz: nuestra meta es Jesús, el Hijo de Dios a quien nos muestra la Virgen madre. Arriesguemos y contemplemos, como los Magos, aquel personaje que señala la estrella y que trae la salvación a toda la humanidad.