Muy queridos hermanos del Cabildo Catedral, queridas hermanas y hermanos: ¡Alegrémonos! ¡Cristo ha resucitado! ¡Resucitemos con Él! ¡aleluya! Los muros de esta Catedral de Ciudad Rodrigo se abren a toda la Diócesis y al mundo para proclamar:
- ¡Cristo está vivo, ha resucitado!
Es la Buena Noticia ocurrida esta noche de Pascua. Se inaugura una nueva vida y renace la esperanza para la humanidad. La vida vence a la muerte, el amor vence al odio, la misericordia al pecado y la paz se hace realidad. Los cien mil muertos por el COVID 19 hoy vencen a la muerte y resucitan con Cristo resucitado en espera de la definitiva resurrección al final de los tiempos.
Con el canto del Pregón pascual y la proclamación de la Palabra de Dios, la historia de la salvación, nuestra propia historia, vuelve a iluminarse.
Muchas veces las pruebas de la vida, las epidemias de la historia, el trabajo evangelizador o las dificultades diarias nos llevan a preguntarnos con las mujeres del Evangelio: ¿Quién nos moverá la piedra del sepulcro? ¿Cómo podremos superar tantas pruebas? La Resurrección nos revela la gloria y el poder del Padre, el cual, cuando todo parecía terminado, escucha a Cristo que ora diciendo: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. ¿Y el Padre puede quedar callado? La respuesta del Padre es la Resurrección del Hijo.
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! –cantamos en el pregón pascual- Abramos nuestros ojos y nuestro corazón a la Luz de Cristo para que la gracia disipe nuestras tinieblas, y nos descubra de nuevo las razones de la fe y la alegría.
- Resucitemos con Él. Este es el fruto pascual: una vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
El bautismo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos ha incorporado a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia. En un instante renovaremos las promesas bautismales haciendo una pregunta que resonará en nuestro interior: ¿Renuncias al pecado?, lo cual significa ¿Quieres vivir en la libertad de los hijos de Dios? En esta noche santa, en esta Pascua de Resurrección, habremos de responder sobre nuestros deseos de vivir en el gozo de vivir como hijos de Dios, una vida nueva en Cristo.
Considero todas las cosas como basura a cambio de ganar a Cristo, y de hallarme en Él, para conocerle y experimentar en mí la eficacia de su resurrección. Por eso corro por ver si alcanzo a Cristo, por quien yo fui alcanzado-confiesa S. Pablo-. También cada uno de nosotros ha sido alcanzado por Cristo en el bautismo. Ahora bien ¿corremos nosotros como Pablo, para alcanzarle? Para ello es necesario conocerle con amor, amarle de obra y de verdad, y ser su testigo fiel.
3. Como el ángel envió a las mujeres a comunicar la alegría de la Resurrección, somos también enviados a ser testigos del poder amoroso de Dios. Porque el amor no cabe en el corazón, cuando se tiene. Sale afuera necesariamente. Quién ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.
Inundados de la Luz de Cristo, los cristianos reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más. Así, animados por la experiencia de la Pascua, retomamos esta noche el camino de la humildad y la confianza en Dios, para anunciar en todo lugar que Cristo vive y nos acompaña en nuestro caminar. Sobre todo, por medio de nuestras obras, pues en esto conocerán todos que sois discípulos míos, dice el Señor.
- Con la Virgen María hemos celebrado y contemplado los misterios salvadores de Cristo; esta noche nuestra mirada se vuelve luminosa.
Continuemos nuestro itinerario hacia la Pascua eterna, con el entusiasmo de la nueva evangelización y reconociendo a Cristo dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre.
Salgamos esta noche santa con gran alegría viviendo la Eucaristía, para asimilar y transmitir cada vez mejor la vida de Cristo Resucitado.
¡Feliz Pascua de Resurrección!