La Iglesia comenzó el pasado mes de abril su proyecto #HazMemoria. Durante doce semanas queremos traer a nuestra memoria lo que es la vida de la Iglesia en los más variados ámbitos de su trabajo diario: desde el anuncio del Evangelio a la actividad socio sanitaria, desde la acogida a los enfermos a la catequesis de niños y jóvenes, desde la celebración de la eucaristía a la compañía a presos o mujeres abandonadas.
Queremos dar a conocer el trabajo de centenares de miles de personas que, desde su compromiso cristiano, entregan lo que tienen para el bien de todos: su tiempo, sus capacidades, sus donativos, sus bienes,… incluso la vida entera. Somos conscientes, como dice el Papa, de que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece, pero estamos seguros de que lo más valioso es el bosque crece, que da frutos, que lleva a cabo lo que se espera de él, en silencio, sin prisa pero sin pausa.
Cada semana recordamos lo que la Iglesia hace en relación a un campo concreto de su actividad y porqué lo hace. Ofrecemos tres testimonios de quienes llevan a cabo ese trabajo y quienes se benefician de él.
Esta semana #HMMigraciones
La humanidad se mueve. Desde tiempo inmemorial las personas se desplazan de su lugar natural a otras tierras con la legítima aspiración de encontrar una vida mejor. Lo hacen por motivos diversos, aunque en el fondo está siempre el mismo: mejorar su calidad de vida. En general, en el origen de la inmigración están las dificultades graves para encontrar una vida digna en el propio espacio vital.
En ocasiones lo que lleva a cambiar de tierra es la inestabilidad social o política del lugar en el que viven o la presencia de un conflicto violento que obliga a salir del propio hogar, con todo lo que eso significa. En otros casos es la dificultad para encontrar un trabajo digno o el acceso a una educación que permita tener un futuro mejor. En ocasiones es la persecución política o religiosa de personas lo que motiva cambiar de vida.
La aspiración a mejorar la propia vida o a garantizar las condiciones para una supervivencia digna es legítima. Todos deseamos permanecer en la tierra en la que hemos nacido, pero no siempre es posible. Los inmigrantes llegan a los países de acogida por los cauces previstos para poder realizar una integración que va más allá de la simple acogida y pasa por la protección y la promoción personal. Al mismo tiempo, cuando se dan condiciones repentinas y graves también resulta conveniente facilitar los trámites para esa inmigración.
Las catástrofes humanitarias o las guerras ocasionan un desplazamiento de personas que tenían un modo de vida establecido que, repentinamente ha desaparecido. En estos casos es necesaria una mirada amplia que responda eficazmente a las necesidades urgentes que se suscitan, atendiendo a la dignidad de cada persona y mirando al que sufre desde el respeto y la misericordia.
La Iglesia propone una acogida inmediata de todos los que se ven obligados a salir de su país para proteger su integridad personal o su propia vida. Pero el proceso no se acaba en una simple acogida. Al mismo tiempo que se acoge debe protegerse a la persona de todas aquellas causas que ocasionaron la inmigración: la pobreza, el hambre, la violencia,… Una vez que se han resuelto las condiciones básicas de vida, es necesaria la promoción de la persona. Permitirle acceder a los cauces de promoción personal y humana que rigen en la sociedad que acoge: de manera especial garantizar el derecho a la educación y a los recursos básicos.
El proceso termina con la integración de las personas en la sociedad en la que viven, aportando su propia experiencia vital, sus conocimientos, sus tradiciones. Se produce así un enriquecimiento cultural que se ha vivido en la historia a partir de cualquier movimiento migratorio.