El Obispo de Ciudad Rodrigo, Mons. José Luis Retana, ha presidido este sábado, la Eucaristía en honor al Santísimo Cristo de los Remedios al que veneran los vecinos de Martiago.
Don José Luis ha centrado parte de su homilía en el significado de la cruz, pero antes ha recordado a los fieles que Jesucristo «es el único Salvador del género humano; no hay otros salvadores», por este motivo, «no pongáis vuestra confianza en otros diosecillos, que no salvan; no pongáis el corazón donde no hay verdadera felicidad; y donde no se encuentra el sentido de la vida. No busquéis calmar vuestra sed en charcos estancados que no sacian».
El prelado explicó a los presentes que en la cruz «Dios nos ha dicho su palabra definitiva e irrevocable de amor», sin olvidar que para el cristiano la cruz es «el signo de salvación por excelencia».
De este modo, el núcleo central del mensaje cristiano es el mensaje pascual, que es un misterio de vida a través de la experiencia de la muerte: «No hay vida sin muerte, ni pascua sin cruz, ni amor verdadero sin pasión y ofrenda. Es el camino necesario de la salvación. El camino lo recorrió Jesús, nuestro salvador, y lo ha de recorrer todo el que quiera ser su discípulo y vivir su evangelio. Ser cristiano es seguir a Jesús por el camino de la cruz».
Por otra parte, «la cruz es sabiduría y clave de interpretación de toda la vida», manifestó, «la cruz nos revela un Dios crucificado, sufriente, que se identifica con el hombre que sufre. Un Dios solidario con todo el dolor de la humanidad e identificado con el sufrimiento de los últimos. Un Dios que manifiesta su omnipotencia no a través del poder sino de la debilidad y nos revela su santidad a través de la compasión y la misericordia. No es el poder el que redime, sino el amor».
Por último, invitó a los fieles a convertirse «en nuevos cirineos ayudando a llevar la cruz a todos los crucificados de la tierra. Haced de la propia vida una existencia en favor de los demás».
Todo ello sin dejar de pedir al Cristo de los Remedios «que cure las heridas de nuestra alma; que nos haga valientes testigos del Evangelio; que nos conceda participar en la Eucaristía para alimentarnos de su cuerpo; y un día podamos participar en el banquete del reino de los cielos».