Mons. Retana: «El Señor en esta Cena nos convoca a experimentar su amor inabarcable, humilde y servicial»

El Obispo de Ciudad Rodrigo, Mons. José Luis Retana, ha presidido este Jueves Santo, la Misa de la Cena del Señor, en la Catedral de Santa María.

Don José Luis ha hecho suyas las «palabras encendidas» de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo: ‘He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros’, y es que, por primera vez, ha presidido la Cena del Señor como obispo de Ciudad Rodrigo, «en medio del pueblo que el Señor me ha pedido pastorear», indicando además, que «el Señor en esta Cena nos convoca a experimentar su amor inabarcable, humilde y servicial».

En el Evangelio de San Juan, en la última cena, se dice que  Jesús, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). En este sentido, el prelado ha hecho hincapié en que Dios «nos ama apasionadamente, esta es la gran verdad del cristianismo y la más importante para nuestra vida; nos ama a pesar de nuestras caídas, de nuestras continuas torpezas y no nos abandona nunca; su amor, el amor con el que Él se entrega libremente por nosotros, es lo que nos salva; nos ama hasta el fin».  

Por eso, en este Jueves Santo, «el Señor nos alerta frente a la autosuficiencia, frente a la indiferencia ante Dios, frente a un cristianismo cómodo, sin alma, sin compromiso. Jesús nos purifica con su palabra, con su ejemplo y con el don de sí mismo para que aprendamos a amar como él y para que ese amor nos lleve a una auténtica vida cristiana», ha dicho el prelado civitatense.

En su homilía también ha manifestado que «el amor de Cristo nos inserta en la dinámica del vivir juntos y amar juntos. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» «no consiste en una nueva norma que cumplir; consiste en un don que el Señor hace de sí mismo y por medio del cual nos introduce en su forma de amar. Su amor hasta el extremo nos da una nueva identidad, una forma nueva de ser y de estar en el mundo», matizó. 

En la última Cena, recordando la antigua liberación de Egipto, «Jesús, que es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, se entrega a sí mismo y así introduce en la historia de la humanidad el espíritu renovador del hombre», ha indicado, «Jesús nos pide que correspondamos a su entrega. En efecto, el memorial de su total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino en la novedad radical del culto cristiano» (Sacramentum caritatis, 11): entregarnos por entero a Dios y a los demás, a los hombres nuestros hermanos».

Por último, ha asumido que «hoy estamos doloridos por lo que sucede en nuestro mundo», al tiempo que ha pedido perdón «por nuestras faltas de amor, por todas nuestras luchas cainitas», sin dejar de recordar «a la martirizada Ucrania y la guerra sacrílega que sufre este país y tantos países del mundo».

Al igual que esta celebración solemne de la Cena del Señor «nos adentra en el corazón de Cristo, que es todo amor; un amor que nos purifica y nos transforma interiormente para que nosotros entreguemos nuestra vida a los demás en la ayuda y en el servicio de cada día», ha pedido que «nos ayude a no retener nuestra vida, sólo para nosotros mismos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que entregó su vida hasta el fin».