En la Biblia la longevidad es considerada como una bendición. Es un momento de fragilidad, de dependencia y tal y como remarcó el Papa Francisco, “¡no es una enfermedad, es un privilegio! La soledad puede ser una enfermedad, pero con la caridad, la cercanía y el consuelo espiritual podemos curarla”.
Precisamente, las Agustinas Hermanas del Amparo conviven a diario con esta realidad en la Residencia de Ancianos ‘Santa Rita’ de Lumbrales donde llegaron en el año 1989, y donde toman como referencia oficial, la fecha del 1 de abril.
“La experiencia al principio fue muy mala, hasta que un día te levantas y Dios te da tanta luz que cambias, para mí ese día todo cambió pero me costó mucho”, no duda en reconocer la hermana Beatriz Blanco, directora de la residencia, en la que vive una comunidad de cinco agustinas, cuatro de ellas en activo.
Originalmente, esta residencia fue un colegio de las Hijas de la Caridad, y tras la compra del edificio por parte de la Diputación de Salamanca, se transforma en una residencia para 53 personas. En la actualidad, es la institución provincial la que tiene asumido el mantenimiento del edificio, los servicios de podólogo, peluquería, terapeuta ocupacional, fisioterapia y la empresa de limpieza.
Para hablar de cómo llegaron las Agustinas a esta residencia hay que referirse al interés que tuvo el párroco para que así fuera y de cómo, a través de una de las hermanas que era misionera, se iniciaron los contactos.
“Vinimos tres religiosas a hacer una experiencia y al final lo asumimos, nos quedamos por los abuelos, el trabajo era muy acorde a los principios de nuestro fundador, Sebastián Gil y Vives”, comenta la directora.
Su fundador, de origen balear, asumió en Palma una casa de acogida para niños “pero vio que necesitaba algo más, un cariño más maternal, y es cuando funda la congregación en 1859”.
La hermana Beatriz añade que su fundador “tenía pasión por la gente necesitada, da igual la necesidad, nosotras vamos a los lugares donde más nos necesitan, y eso no quita que se atienda a la gente que aporta, pero nunca quedó un niño en la calle que no pudiera aportar”.
Estas religiosas, algunas de ellas enfermeras, tampoco descuidan su vida comunitaria y a las seis de la mañana, cada día, tienen un momento de oración, primero personal y luego comunitaria.
Inmediatamente después, llega el momento de recorrer todas las habitaciones, “hay días muy complicados”, reconoce, y sobre las 8:15 horas rezan laudes en comunidad para 15 minutos después cada cual, asumir su trabajo.
Tienen establecidos dos turnos de desayuno y dos de comida, en función de la situación de los residentes, y hacia las 15:00 horas se reúnen en comunidad. Dos días a la semana han establecido una lectura comunitaria, dialogan y siguen con su trabajo.
El Rosario es a las 18:00 horas en la capilla, “abierto a todo el que quiera, va un grupo grande de gente, incluso gente que antes no iba ahora va, es voluntario”.
En determinados momentos a lo largo del año hacen exposición del Santísimo.
Sobre lo que aportan estas religiosas y, en definitiva, la Iglesia a esta residencia y, sobre todo, a los ancianos, la hermana deja claro que “el trato es totalmente diferente, esto tiene que ser por vocación, no se puede venir a ganar un sueldo, tiene que moverte algo más, paciencia, mucho amor, amor a Dios”.
Según destaca, la idea es que “el abuelo, a través de tu amor, reconozca que Dios lo ama, es totalmente diferente lo que aportas”.
Concluye que esta casa se valora mucho, “es muy, muy de la congregación, trabajamos con gente muy necesitada, sin familia y en el caso de las familias valoran lo que hacemos”.
Foto: Las hermanas Beatriz, Vicenta, Tránsito y Crecenciana.